Mito del beso bajo el muérdago




El muérdago era sagrado para los antiguos druidas, un bien para todo mal, físico o mágico. Aparte de sus innegables virtudes para combatir la arteriosclerosis y la tensión arterial, se le atribuía el poder de proteger y curar de forma mágica. Era además considerado un símbolo de paz y un poderoso amuleto protector, además del símbolo de la masculinidad, como contraposición al acebo, que era el símbolo de la femineidad.

Según una antigua superstición, se colgaba sobre las cunas de los niños, para evitar que las hadas los robasen y los sustituyeran por otros. Hay leyendas que dicen que sus poderes mágicos provienen de que fue creado como un elemento que no era del cielo ni de la tierra, ya que sus raíces no tocan nunca la tierra pero tampoco se sostiene por sí mismo en el aire. De ahí la costumbre de recogerlo sin permitir que caiga al suelo y de colgarlo del techo.

Se utilizaba con profusión en las festividades asociadas al final del año celta, hacia el 1 de noviembre, y del solsticio de invierno. Con la aparición del cristianismo, entre el pueblo, siguió siendo considerado un buen augurio para sus poseedores, siempre que se hubiera cortado con la debida reverencia, pero su fuerte simbología pagana hizo que cayera en desuso, salvo en lo que se refiere a la tradición “romántica”.

Los origines de besarse bajo el muérdago en Navidad se remontan al siglo XVII. Se creía que poseía un poder mágico que daba la vida y tenía la habilidad de traer la paz entre los enemigos. En Escandinavia, el muérdago era considerado una planta de paz, bajo la cual los enemigos podían declarar la tregua o un matrimonio que discutiera podría besarse y hacer las paces.

En el siglo XVIII, besarse bajo el muérdago tomó un nuevo significado. Se creía que una joven bajo el muérdago no rechazaría ser besada, y que un beso apasionado podría significar el comienzo de un gran romance. Por el contrario, si una mujer no era besada mientras estaba bajo el muérdago, significaba que no se podría casar durante otro año. 

Después, tras cada beso bajo el muérdago, el hombre debía arrancar las bayas de la planta.

De acuerdo con la costumbre, el muérdago no debía tocar el suelo desde que es cortado hasta el día de Candelaria (2 de febrero); a veces podía permanecer el resto del año para proteger la casa de los rayos o el fuego hasta que fuera reemplazado la siguiente víspera de Navidad. La tradición se extendió en todo el mundo angloparlante, aunque es prácticamente desconocida en el resto de Europa.

Esta costumbre tiene su origen en un mito nórdico relatado en la Edda poética compilada en el siglo XIII.

“Baldr era el dios de la luz y de la verdad. Era hijo de Odin (dios supremo, padre de todos los hombres y de muchos de los dioses, dios de la sabiduría y de la guerra) y Frigg (diosa del matrimonio y de la naturaleza salvaje). Vivía en el palacio Breidablik, cuyo techo era de oro y cuyas columnas de plata maciza. Nada falso podía entrar por sus puertas.

Cuando Baldr era apenas un niño, comenzó a soñar cosas oscuras. Su madre Frigg, que sabia leer los sueños vió que en ellos se alertaba sobre la muerte de su hijo, advirtiéndole que al momento que esto ocurriera, todo ser viviente sobre la tierra perecería con él.

Alarmada por dicha amenaza, Frigg recorrió los nueve mundos haciendo prometer a cada uno de los que podían dañar a su hijo que nunca le harían daño. Todos juraron, excepto el muérdago, que se consideraba demasiado joven para jurar, insignificante e inofensivo. 

El dios Loki, resentido porque sus hijos habían sido raptados por los dioses para que no maltratasen ni a estos ni a los humanos, decidió matar a Baldr.

Durante mucho tiempo vagó por todo el mundo en busca de algo que no hubiese prometido no lastimar a Baldr o que rompiese su promesa, y cuando por fin perdió su esperanza pues no encontraba nada, decidió acudir a la propia Frigg en busca de respuestas. 

Loki se disfrazó de anciana y se dirigió ante la diosa Frigg. No cesó de molestarla hasta que le reveló que la única cosa que no le prometió no lastimar a su hijo fue el muérdago. 

Mientras tanto, Baldr, creyéndose invulnerable a todo porque su madre había hecho prometer a toda criatura o arma que no le dañaría, ideó un juego y pidió a los dioses que le arrojaran cuantos objetos dañinos quisieran, que nada lograba herirlo.

El malvado dios Loki, dios del engaño, de la mentira y del caos, aprovechó la oportunidad para elaborar una lanza con punta de muérdago para quitarle la vida a Baldr. Esta lanza, se lo dio al hermano ciego del mismo, Hodur, quien con su ayuda, lo lanzó contra su hermano. La flecha de muérdago le atravesó el pecho y Baldr murió en el acto. 

Al verse privados de la luz y la verdad, el Ragnarök (la batalla del fin del mundo) fue anunciado ante los dioses. Cuando Baldr cayó, los dioses quedaron mudos, y no había en ellos fuerzas para levantarlo. Nadie tomó venganza. 

La angustia de los dioses fue mucha, pero en especial la de su mujer Nanna, que murió de pena, y la de su madre que fue a rogarle a la diosa Hel que lo dejara salir del reino de los muertos. La reina del infierno, accedió a devolver a Balder al mundo de los vivos a condición de que absolutamente todo el universo llorara por él. Pero una vieja bruja llamada Thokk, que, en realidad, era Loki disfrazado de nuevo, se negó a llorar, condenando a Baldr al infierno.

A partir de entonces el muérdago se convirtió en sagrado ya que Frigg prometió que no se volvería a utilizar como un arma, besando a todos los que estuvieran bajo él. Además, sus lágrimas por la pérdida de su hija se convirtieron en las bayas blancas de la planta.”

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